Cuando la tormenta se acerca: Venezuela, EE. UU. y el desafío para Colombia

En los últimos días, el Caribe ha vuelto a convertirse en un tablero de ajedrez geopolítico. El despliegue de buques de guerra estadounidenses frente a Venezuela, con el argumento de combatir el narcotráfico, ha encendido las alarmas en la región. Nicolás Maduro responde con bravatas, prometiendo declarar a su país como una “república en armas” si es atacado. El clima de tensión es evidente, y Colombia, por su cercanía y su historia compartida, no puede darse el lujo de mirar hacia otro lado.

Una eventual intervención militar de Estados Unidos en Venezuela tendría consecuencias directas y devastadoras para Colombia. La primera es evidente: la frontera se convertiría en un polvorín. Ya hoy el Catatumbo es escenario de confrontaciones entre el ELN, disidencias de las FARC y carteles del narcotráfico. Una guerra abierta al otro lado de la línea fronteriza alimentaría esos conflictos, multiplicaría la violencia y pondría a miles de civiles en medio del fuego cruzado.

El segundo impacto sería humanitario. Colombia ya ha recibido a millones de venezolanos que escaparon de la crisis. Si se desata una intervención militar, la migración se transformaría en un éxodo desbordado que presionaría los servicios públicos, la economía informal y la capacidad de atención del Estado. ¿Estamos preparados para ese escenario? La respuesta, honestamente, es no.

En lo económico, el propio presidente Gustavo Petro ha advertido que una guerra en Venezuela podría derrumbar el precio del petróleo a niveles que pondrían en jaque a Ecopetrol y, por ende, a las finanzas nacionales. En un país que aún depende en gran medida de sus ingresos petroleros, esa sería una catástrofe fiscal de grandes proporciones.

Pero quizás el desafío más delicado sea político y diplomático. Colombia corre el riesgo de ser vista como un aliado logístico de Washington y, por tanto, como objetivo de represalias. Convertirse en escenario indirecto de un conflicto entre Maduro y la Casa Blanca sería un error que hipotecaría nuestra soberanía y pondría en jaque cualquier esfuerzo de reconciliación interna.

Ante esta tormenta inminente, Colombia debe levantar la voz en favor de la diplomacia y la salida pacífica. No es momento de aplaudir aventuras militares ajenas ni de jugar con el destino de millones de personas. Si algo demuestra la historia reciente, es que las intervenciones armadas rara vez traen democracia o estabilidad; más bien siembran caos, resentimiento y violencia.

Venezuela necesita soluciones políticas y sociales, no bombardeos. Y Colombia necesita entender que su seguridad, su economía y su estabilidad dependen de evitar que la guerra toque a su puerta. La prudencia, la diplomacia regional y el rechazo a cualquier intento de intervención deben ser el norte de nuestra política exterior. Porque cuando la tormenta se acerca, la única manera de sobrevivir es no echar más fuego al huracán.

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